La ciudad en que
vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella
muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían
pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No
solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con
ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda
persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
— Hans Christian Andersen —
El traje
nuevo del Emperador
Hablábamos ayer del lookbook,
luego de mencionar otros extranjerismos: freepress
y publicity.
¿En qué momento llego el lookbook
a nuestras vidas? ¿Cómo no sabían nuestras empresas que había piezas hechas
específicamente para describir las prendas a los clientes?
Es un concepto casi revolucionario ese de concentrarse en el producto.
A no ser por un pequeño detalle: El catalogo ya existía y es esa su función:
catalogar, describir, reseñar los
objetos que se catalogan. Otra historia es que en la necesidad de hacerlo
llamativo se empezaron a agregar locaciones, poses más elaboradas, estilismos más
complejos y poco a poco se fue convirtiendo más en una pieza publicitaria de la
marca y a medida que esto sucedía su función de catálogo se iba diluyendo. A tal punto que de las imágenes de estos
catalogo salían algunas para ser usadas promocionalmente en anuncios de
revistas, pendones etc.
Auto-descrestados entonces, oímos hablar ahora del lookbook como lo más novedoso.
Sastres y emperadores elogian las formas del nuevo ropaje que nos
permite concentrarnos en las prendas más que en otros elementos, pero aprenderé
de los truhanes del cuento, no diré que es el mismo catálogo.
Aprovechare la confusión y venderé lookbook en dólares y catalogo en pesos,
el primero tiene más trabajo. El trabajo de hacer que el agua este tibia.
0 comentarios :
Publicar un comentario